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Estoy convencida que somos lo que damos

28/08/2014 por Adriana Cárdenas Dejar un comentario

Por Micaela Urdinez  | Para La Fundación La Nación 

La Nación

“A veces, los que menos tienen son los que más dan”

dice el final de este video que muestra a una persona en situación de calle, compartiendo una pizza con un joven que le dice que tiene hambre. Sin embargo, cuando el joven le hace este mismo pedido a personas comiendo en un restaurante, todos se niegan a compartir su comida.

Por eso, rescato la frase final que sostiene que:

“Sobrevivimos con lo que tenemos pero vivimos realmente con lo que damos”

porque estoy convencida de que SOMOS LO QUE DAMOS. No importa si eso es mucho, poco, si es dinero, tiempo, amor o consejos. Cada uno de nosotros viene a este mundo con la capacidad de amar y de dar. Está en nosotros, como queremos aplicarla y brindarla con los demás.

Conozco miles de ejemplos de personas – de todos los estratos sociales – que son generosas, solidarias, tienen un fuerte compromiso social y son empáticos con las necesidades del otro.

Y si bien uno a priori creería que quienes gozan de más comodidades económicas y beneficios están en mejores condiciones para brindar su tiempo y dinero a los demás, no siempre es lo que ocurre.

Por eso no tenemos que dejar de aprender de aquellos, que no teniendo sus necesidades básicas satisfechas, encuentran el tiempo y los recursos para dar algo a aquel que tiene menos.

Este es el caso de Delicia Ferreyra, que junto a su marido fundó el Merendero El Maná, en el barrio de Las Tunas, en el conurbano bonaerense.

La Nación

“Ya en 2001 con el hambre que había en el barrio, y porque sabían que mi marido tenía trabajo, nos venían a pedir. Y empezamos sacando de la alacena hasta que un día nos dimos cuenta que con eso no alcanzaba. Y así abrimos el merendero acá, adentro de mi casa”, explica Delicia, una señora morocha, petisa y sonriente que no para de trabajar.

Por falta de espacio, el merendero de a ratos se convierte en comedor, sala de apoyo escolar y alberga otros proyectos en carpeta que van saliendo a fuerza de voluntad y de pedir. “La realidad es necesidad en este barrio”, cuenta Roberto, su marido. “A este lugar vienen los chicos con hambre y con ganas de mesa familiar, y los recibimos con los brazos abiertos”, dice.

¿Qué gestos podrías tener vos y todavía no estás teniendo?¿Creés que las personas que tienen mejor nivel adquisitivo, tienen una mayor obligación de ser solidarias?

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Este artículo se ha reproducido con el permiso de La Nación. Extraído del suplemento El Vaso Medio Lleno. 

 

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Categorías: A Debate, Actitud y Felicidad Palabras clave: acciones solidarias, El vaso medio lleno, Fundación La Nación, La Nación, solidariadad, somos lo que damos

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¿Por qué nos cuesta tanto donar plata?

26/06/2014 por Adriana Cárdenas 1 comentario

Por La Nación  | Para LA NACION – Publicado en edición impresa

1894454w300¿Existe un camino efectivo para que cada uno de nosotros, como individuos, podamos aportar a lograr cambios profundos en la vida de muchas personas que necesitan de nuestra ayuda?¡Sí! El camino es que las personas asuman cada vez más un compromiso económico sostenido y permanente con una ONG que esté trabajando de manera eficiente en alguna temática social.

Siempre se dice que los argentinos somos solidarios, pero en general nos movemos por impulsos y reaccionamos cuando hay una catástrofe natural o social de gran magnitud. Todos hemos visto cómo somos capaces de lograr un estadio de fútbol lleno de colchones y cómo se colman los camiones con alimentos o ropa para una zona inundada. ¡Pero estas acciones son sólo paliativas y no alcanzan para cambiar profundamente la realidad!

Si nos animamos a pensar en las donaciones como una verdadera inversión social, buscamos una ONG que trabaje bien dando respuesta a la temática que más nos preocupe y nos comprometemos con una donación mensual regular estaremos contribuyendo a una labor estratégica que transforme nuestra sociedad. Y así podremos cambiar la vida de las personas que tienen menos oportunidades, colaborar con la investigación de alguna enfermedad o aportar a la cultura, entre muchos otros temas que abordan las organizaciones de la sociedad civil en nuestro país.

Con una contribución sostenida, por menor que nos parezca, podemos elegir hacer un aporte más efectivo y más duradero, que contribuya con el desarrollo futuro de la comunidad y no sólo responder de forma asistencialista a una necesidad inmediata. La donación es básicamente un acto de confianza y para que las ONG se ganen esa confianza es fundamental que el donante tenga la tranquilidad de que usarán su dinero de la mejor manera posible, y la certeza de que, gracias a su donación, se producirán cambios positivos en la comunidad.

Las organizaciones tienen, entonces, el enorme desafío de comunicarse más y mejor con la sociedad, dando a conocer su misión y la forma en la que trabajan. además tienen la obligación de agradecer las donaciones que reciben, de usar cada aporte para el propósito prometido y de ser transparentes en el uso de los fondos (no sólo de emitir un recibo por cada donación que obtienen, sino también de rendir cuentas de manera profesional y periódicamente, informando a los donantes sobre cómo se invirtió su dinero y qué impacto se obtuvo).

Los aportes individuales son muy importantes para las organizaciones sociales por más de un motivo.

Por un lado, les permiten tener previsibilidad, ser sustentables. Cuando el financiamiento de una ONG depende básicamente de unos pocos donantes ya sean personas con alto poder contributivo, empresas o el Estado, esta organización está en un constante riesgo, ya que si alguno deja de apoyarla sus finanzas se verán complicadas. Si, en cambio, la organización se financia a través del apoyo de muchos pequeños donantes será mucho más saludable, ya que no sufrirá un gran impacto si uno de sus donantes debe dejar de hacer su aporte y siempre podrá seguir sumando nuevos pequeños donantes.

Por otro lado, el apoyo de muchas personas le brinda a las organizaciones la capacidad de recuperar su base social, legitimiza su misión al mostrar que es un trabajo que muchas personas consideran valioso y apoyan con su esfuerzo económico, aunque este sea pequeño.

Por eso muchas ONG en la argentina, así como han ido profesionalizando todo su accionar, también han mejorado las técnicas para solicitar fondos, incluyendo cada vez más pedidos de pequeños montos a individuos. En este campo, como en otros sectores, el boom de las redes sociales posibilitó nuevas fórmulas para llegar a públicos insospechados a la hora de pedir dinero.

¿Pero por qué nos cuesta más este hábito de donar? Tal vez por tener en nuestros orígenes una impronta más latina, los argentinos solemos ponerle garra y corazón a las cosas, y en el caso de la solidaridad muchas veces ponemos incluso el cuerpo a través del voluntariado, lo que tiene resultados alentadores y emocionantes, pero muchas veces sólo esporádicos. Lo que más nos cuesta es el compromiso sostenido en el tiempo, sobre todo si involucra el bolsillo. Pero debemos saber que no hay ninguna organización, por más valiosa que sea su misión, que pueda tener éxito sin los fondos necesarios para llevarla adelante.

Sin embargo, creo que hoy las circunstancias son óptimas para el cambio cultural con el que soñamos: cada vez existen más ONG que están trabajando muy bien y por otro lado, los argentinos estamos encaminándonos hacia una mayor madurez como ciudadanos y empezando a participar más, haciéndonos cargo de lo público como una responsabilidad de todos. Estoy convencida de que nadie dejaría de donar si entendiera el enorme impacto positivo que su acción individual puede tener sobre la vida de los otros, cuando se suma a muchas otras acciones pequeñas y sostenidas.

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Este artículo se ha reproducido con el permiso de La Nación. Extraído del suplemento Comunidad. 
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Categorías: A Debate Palabras clave: comunidad, Donar dinero, Donar Plata, La Nación

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$50.000 para proyectos de mejora de la calidad educativa

26/05/2014 por Elena Martin Dejar un comentario

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Cartel de la Campaña. Suma tu escuela y mucha suerte!

¿Qué pasa si tu escuela está trabajando en un proyecto que busca conseguir metas educativas de impacto mediante estrategias creativas e innovadoras? Si este es el caso,  no puedes dejar de participar en la octava edición del premio Comunidad a la Educación 2014 bajo el lema: Docentes que enseñan, alumnos que aprenden y comunidad que acompaña.

Con este premio se busca reconocer iniciativas de escuelas y jardines de infantes en Argentina que busquen mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje de alumnos en situación de vulnerabilidad socio-económica.

Fechas de presentación de proyectos: Del 13 de Abril al 1 de agosto de 2014

Premios: Las tres escuelas ganadoras recibirán $50.000 para fortalecer su proyecto además de una fuerte difusión de la iniciativa en medios publicitarios y periodísticos, especialmente en el diario La Nación. Video documental y capacitación docente completan el premio de los tres primeros seleccionados. Más allá de esto hay otros premios que puedes consultar en este enlace.

¿Cómo participar?: Las escuelas pueden rellenar la ficha de postulación de proyecto en www.premio.fundacionlanacion.org.ar. Para poder participar los proyectos deben encontrarse en ejecución en momento de la presentación y tener proyectada su continuidad.

La convocatoria la organizan la Fundación La Nación, Banco Galicia y Fundación Osde. Para conocer todos los criterios de selección puedes consultar detalles aquí y si necesitas resolver dudas, puedes ponerte en contacto con premiocomunidad [@] lanacion.org.ar. También puedes contactar en el teléfono (011) 6090 5555.

Suerte a todos los participantes y pasen la voz si conocen a quiénes puedan estar interesados.

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Este es un contenido Copyleft (ↄ). Puedes reproducir este y cualquier otro contenido de nuestro blog y compartirlo en diferentes soportes (online, papel, etc.) siempre y cuando cites la fuente, con el enlace a la página principal del propio blog de Idealistas.

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Tocar a extraños

27/03/2014 por Adriana Cárdenas Dejar un comentario

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Por Micaela Urdinez  | Para LA NACION

El fotógrafo Richard Renaldi, de 45 años, puso en marcha durante 6 años su proyecto “Tocar a extraños” con la idea de recrear momentos de intimidad entre personas totalmente extrañas, achicando los prejuicios y diluyendo las diferencias.

El proyecto consistió en buscar por las calles de Nueva York a extraños “que estaban destinados a estar juntos”, para que posaran en retratos como parejas o familias. Así es como consiguió vínculos interesantes entre personas de diferentes edades, color de piel, situaciones socio económicas, orígenes e intereses.

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Renaldi cuenta que si bien al principio los involucrados se mostraban un poco nerviosos, de a poco se iban aflojando hasta sentirse cada vez más cómodos. Incluso algunos, manifestaron empezar a sentir afecto y preocupación por esas personas desconocidas con las que tomaron contacto.

“Probablemente nos estamos perdiendo demasiado de la gente que tenemos a nuestro alrededor”, dijo una de las mujeres que se prestó como voluntaria para aparecer en una foto.

Acá les dejo el VIDEO:

Me gusta la reflexión del final del video que sostiene que este proyecto muestra por un momentocómo la sociedad podría ser o queremos que sea pero no podemos llegar a construir. O quizás haya que “destruir” todo lo relacionado con las estructuras mentales, con los prejuicios y dejarnos llevar por nuestros instintos, concentrándonos sólo en la humanidad del otro.

Les dejo unas más de YAPA:

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                          ¿Te animarías a posar con extraños por la calle?¿Cómo creés que te sentirías?

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Este artículo se ha reproducido con el permiso de La Nación. Extraído del suplemento El Vaso Medio Lleno. 
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Categorías: Cambio Social Palabras clave: concientización, El vaso medio lleno, empatía, extraños, La Nación

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Emprendedores que sirven de inspiración

12/03/2014 por Elena Martin 1 comentario

Tres historias de personas que en distintos puntos de la Argentina decidieron llevar adelante sus proyectos innovadores y con empeño lograron transformar positivamente su realidad y la de su comunidad

Por Iván Pérez Sarmenti  | Para LA NACION

EmprendedoresSegún la Real Academia Española, emprender es “acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro”. Y Cenecia, Sebastián y Marcelo se lo tomaron al pie de la letra. Cada uno desarrolla día tras día una tarea distinta, pero los unen las ganas de progresar y de poder cambiar la realidad que los rodea.

Quizás el caso más emblemático sea el de Cenecia Alancay, que hace casi 14 años creó la organización La Esperanza de Enseñar y Aprender Más (LEAM) para “dar una manita a la gente que lo necesita”. En Abra Pampa, Jujuy, busca dar oportunidades a las mujeres de La Puna para generar sus propios ingresos económicos y mejorar su calidad de vida a partir de la enseñanza de manualidades, corte y confección, y la elaboración de sombreros ovejunos y tejido.

La zona tiene altos índices de desocupación femenina y por eso Cenecia les enseña a generar sus propios ingresos económicos y a mejorar su calidad de vida, y les demuestra que “tienen el mismo derecho a trabajar que los hombres y que no sólo están destinadas al trabajo doméstico”. Luego, lo que producen lo venden en ferias que organizan en el pueblo y que compran los turistas.

“Yo estoy para ayudar en lo que puedo: enhebrar una aguja, coser, cortar o simplemente escuchar”, explica Cenecia, madre de seis hijos propios, otros siete “del corazón” y abuela de 11 nietos, que trabaja como portera en una escuela por la mañana y luego, por la tarde, se dedica también a ayudar a las familias en situación de vulnerabilidad y a personas con discapacidad, y así elevar su autoestima para que puedan seguir adelante demostrando que sus vidas pueden cambiar.

Sin embargo, ella no recibe asistencia de ningún organismo de gobierno y uno de los pocos reconocimientos que tuvo fue el Premio Mujeres Solidarias de la Fundación Avon. “Nadie nos ayuda, vienen a sacarse fotos, la gente aquí se encariña con los visitantes, pero luego desaparecen”, se queja apesadumbrada Cenecia, que ahora tiene como objetivo poder cercar el patio de su centro para que los 70 chicos que concurren puedan jugar tranquilos mientras sus madres aprenden y trabajan.

“Acá se necesita de todo. Mis hijos me ayudan, pero nosotros solos no podemos. Necesitamos, por ejemplo, un médico que les explique a las chicas cosas sobre la maternidad, psicólogos y asistentes sociales”, afirma, y agrega: “Pero para todo nos piden que armemos un proyecto y lo presentemos. Pero para nosotros es muy complicado todo eso”.

Cenecia comanda, pero sus hijos también la ayudan. Dana es maestra jardinera, da apoyo escolar para los más chiquitos y enseña danzas folklóricas y habla orgullosa de su madre. “Somos una familia solidaria. Nosotros damos todo lo que tenemos y no nos importa no tener nada, siempre de alguna manera nos vamos a arreglar”, afirma.

Si bien Cenecia es consciente de que hay que resolver las urgencias económicas y de salud, que son una prioridad en su tierra, ella aspira a más. “No nos sirven las donaciones sin pensar en lo humano”, reflexiona.

La confianza como motor

Una situación completamente distinta es la de Sebastián Javelier, que hoy tiene 28 años y hace cinco no pensaba que su futuro sería “hacerse bolsa”. En 2010, sólo tenía su idea y $ 800 para empezar. Hoy factura $ 2,5 millones por año fabricando más de 200.000 bolsas reciclables por mes que les vende a empresas como Coca-Cola, Garbarino o Adidas, y emplea a más 25 personas.

En 2009 daba clases particulares de física y era ayudante de cátedra en la Facultad de Ingeniería hasta que jugando al fútbol se quebró una pierna y tuvo que permanecer tres meses inmovilizado. Y ahí empezó a pensar y a darle forma a lo que sería Ecoexist, su emprendimiento.

“Siempre pensaba en armar un negocio propio y, por otro lado, nunca me gustaron las bolsas descartables”, recuerda, hoy, mientras muestra una de las bolsas que fabrica con frizilina, un material 100% biodegradable, pero que por el diseño “la gente no tira”.

Pero una vez que tuvo la idea, el desafío era armar la empresa. “Busqué, investigué, leí e hice cursos de administración, finanzas, ventas y para emprendedores porque mi empresa era yo y tenía que controlar todo lo que hacía.” Así llegó a la Fundación Impulsar, que además de formación, le brindó un crédito de $ 7000 a tasa cero y lo que Sebastián destaca como más importante: un mentor que lo acompañó durante dos años para poner en marcha Ecoexist.

Para Sebastián, la clave para poder desarrollar su emprendimiento se basó en la confianza, que fue la lección que aprendió apenas comenzó. “Al momento de retirar las bolsas del primer pedido, el costurero me dijo que me cobraba el doble de lo presupuestado o si no tiraba toda la producción a la basura”, recuerda. Así las cosas, buscó una nueva costurera hasta que conoció a Alicia, con quien formaron a más de 20 mujeres en el oficio, a las que ayudaron a comprar las máquinas de coser que ellas pagaron con producción, pero que también les permitía trabajar para otras empresas y generar más ingresos.

“Para mí, era fundamental trabajar con ellas y no con cualquier taller. Era un valor agregado poder ayudarlas. Pero también eso nos garantizó una fidelidad impresionante. Nosotros las ayudamos a tener un trabajo y un oficio, y ellas nos ayudan siempre para llegar con las entregas a tiempo. La clave es la confianza mutua”, explica Sebastián, que también aplica ese método con sus proveedores y clientes.

Pero no todo fue fácil. Luego de un tiempo de trabajar así, la industria comenzó a virar hacia las bolsas pegadas, para lo que necesitaban una maquina automática. “Fue una decisión que me costó mucho tomar porque no quería dejar sin trabajo a las costureras, pero a la vez necesitaba afianzar la empresa”, sostiene.

Pero finalmente pudo compatibilizar ambos modelos de producción y gracias a un crédito viajó a China para comprar la maquina necesaria, que tiene un costo de $ 700.000 y que paga mensualmente bajo el sistema de leasing. “Ahora hacemos las bolsas cosidas con nuestras costureras y las bolsas pegadas con la máquina, lo que nos permitió poder ampliar más nuestra producción y sumar algunos operarios”, afirma.

Otro punto complicado a la hora de montar la empresa fue la financiación. “No hay facilidades para crecer, nadie te ayuda”, sostiene Sebastián, que tuvo que hacer cosas “impensadas” para conseguir dinero en efectivo y poder cubrir la brecha que se genera entre pagar sus costos y cobrar por su trabajo hasta que la empresa ganó un premio de incentivo a emprendedores de $ 50.000 que les permitió normalizar su cuenta corriente.

Hoy, a tan sólo cuatro años de haber comenzado, Sebastián ya sueña con regionalizar su emprendimiento para llegar a más puntos del país. Pero al mirar atrás, afirma humildemente: “Yo no soy el que más sabe, creo que lo que mejor hice fue permitir que la mejor gente se sume a la empresa”.

Banco comunitario

comunidad
Generando comunidad

Corría 1999 y la escuela a la que iban los hijos de Marcelo Caldano en Capilla del Monte, Córdoba, amenazaba con cerrar. Involucrarse con un grupo de padres, que en su mayoría estaban marginados del sistema económico formal, pero con un gran compromiso en relación con la educación de sus hijos, fue el primer desafío y armaron una cooperativa educacional, que logró mantener el colegio abierto durante diez años.

“Los padres no estaban en condiciones de pagar los $ 80 mensuales por alumno que costaba mantener los gastos de la escuela. Entonces acordamos pagar $ 30 en efectivo y el resto con trabajo, que consistía en realizar desde tareas de la escuela como trámites, jardinería, mantenimiento y limpieza de la infraestructura, hasta la organización de eventos o la elaboración de materiales didácticos”, rememora.

Allí nació el Banco de Horas Comunitarias, un sistema económico comunitario alternativo ideado por Caldano, que suple la carencia de dinero en efectivo con los recursos no económicos que cada miembro de la comunidad posee, como capacidad productiva y saberes, y los transforma en una moneda local llamada Soles.

“El desafío era cómo sostener una organización formada por familias que no podían garantizar su propio sustento. Si individualmente no podían sostener sus propias cuentas, ¿con qué excedente iban a sostener una escuela? Luego de unos meses de convivir con esa inquietud, propuse el Banco de Horas Comunitarias como un sistema económico que hace visible la riqueza de las personas, aunque no tengan dinero, y crea un Fondo de Productos y Servicios, basado en las capacidades y talentos de las personas, y también de objetos donados, con el cual se sostuvo más del 40% del presupuesto de la escuela durante diez años”, relata Marcelo.

Para que esta moneda funcione primero hay que determinar un objetivo general comunitario, la manera en que se realizará y calcular las horas de trabajo necesarias para desarrollar las actividades para llevarlo a cabo. Luego, hay que consensuar un precio para asignar a esas horas de trabajo y crear un fondo de recursos no monetarios, productos y servicios con aportes de los miembros de la organización y también por donaciones de terceros.

“Que una comunidad se ponga de acuerdo en una causa común ya es riqueza”, afirma Marcelo, que explica que finalmente los soles “representan recursos, productos y servicios que tenemos en nuestra proveeduría.”

Si bien en principio el sistema puede parecer similar a los clubes de trueque, Marcelo destaca una diferencia fundamental: “Nosotros tenemos como objetivo una causa común, como puede ser mantener una escuela; en cambio, el trueque es un mercado alternativo basado sólo en la reciprocidad”.

Por eso, el sistema fue multipremiado en concursos del sector social en todo el mundo y replicado en comunidades de Puerto Rico, México y España, entre otros, y Marcelo integra la Red Internacional de Emprendedores Sociales Ashoka desde 2003.

Hoy, quince años después, el Banco de Horas Comunitarias creció y se transformó en el Banco de Recursos Comunitarios porque no sólo ofrece horas de trabajo, sino productos generados por la misma comunidad de socios que pueden encontrarse en los anaqueles de la proveeduría para que otros miembros de la comunidad puedan adquirirlos con esta moneda complementaria.

En Jujuy, Córdoba o Buenos Aires, Cenecia, Marcelo y Sebastián entendieron que forman parte de una comunidad y que su realización personal va de la mano del desarrollo de sus vecinos y más allá de la economía. “Queremos que la gente comparta con nosotros. La vida no se termina en un pantalón”, finaliza Cenecia

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Este artículo se ha reproducido con el permiso La Nación. Extraído del suplemento Hacer Comunidad

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Categorías: CAMBIANDO EL MUNDO, De la Intención a la Acción Palabras clave: emprendedores, emprendimiento, Hacer Comunidad, Iván Pérez Sarmenti, La Nación

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