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El buen voluntario presta atención al entorno, las personas, escucha, es humilde

13/06/2018 por Elena Martin Dejar un comentario

Ejemplo de una clase bajo un árbol
Bellos los árboles, pero no sirven de aula cuando llueve

Nicolás Cipriota con varios amigos decidieron en 2012 dejar atrás la familiaridad de Buenos Aires y poner rumbo a territorio desconocido. ¿Por qué?, ni ellos lo sabían muy bien, pero creían que lo que estaba por venir seguro les transformaría… no se equivocaron.

Desde que llegaron su vocación social les movió a querer contribuir de alguna forma, pero sabían gracias al trabajo en lo que aquel entonces era Un Techo para mi País, que la solución no está en llegar asumiendo lo que se necesita, sino en prestarle atención al entorno, a las personas, ver, escuchar… ser humilde. Así comenzaron este fascinante viaje que acabó convirtiéndose en lo que es hoy seis años después Somos del Mundo. Un proyecto en el que chicos y chicas argentinos construyen aulas junto con la comunidad, en zonas rurales de Mozambique al tiempo que desarrollan habilidades para generar impacto social de vuelta a casa.

Los inicios…

Los inicios en realidad no comenzaron en Mozambique, sino en Buenos Aires. La mamá de Nicolás Cipriota (co-fundador del proyecto), conocía a un cura que había venido de ese país (no necesariamente el lugar que ellos tenían en mente) y pensó que sería una buena idea que empezasen por ahí, ver qué es lo que él podía contarles. Charlaron, hubo buena conexión y él les dijo, “si quieren ir está bien, yo puedo conectarles con alguien que está allá, pero nada de ir así porque sí…” Durante meses el requisito fue que periódicamente Nicolás y sus amigos se reunirían con él y aprendían: de su experiencia, del contexto político, cultural, social del país… aprendieron portugués para estar listos para comunicarse además de ponerle el esfuerzo a manejarse con el dialecto de la zona, el Xichangana. El padre les dijo también, “para todo lo que quieran hacer van a necesitar plata, así que empiecen a hacer eventos de recaudación, lo que se les ocurra. Conseguíamos dinero sin saber en qué lo íbamos a gastar” comenta Nicolás. Y por fin llegó el día… destino: Mozambique

Cuando se le pone el tiempo a encontrar la respuesta, la respuesta llega…

Con muchas ganas de ayudar pero sabiendo que la clave se la darían los locales sobre en qué podían ser útiles en lugar de lanzarse a querer ‘ayudar’ en algo que a sus ojos era útil, pasaron dos meses donde se mezclaron y aprendieron del contexto local, pero igual no veían dónde era que su buena voluntad podía ser mejor aprovechada.

Aspecto interior de un aula acabada
El resultado final

Un día se quemó una escuela “Y el director de la escuela que nos conocía, es como que se “solidariza con nosotros” y nos dice ‘chicos miren, yo se que ustedes estuvieron construyendo. Vamos a recibir unos materiales donados y vamos a reconstruir las aulas, ¿por qué no nos acompañan y se entretienen?… “ La invitación termina siendo al revés, ellos les dieron la respuesta.

A partir de esa construcción y entendiendo mejor la situación de la educación en Mozambique, aprendieron que en el país hay tanta escasez de aulas como de profesores. En muchos lugares, las clases tienen lugar literalmente con un pizarrón bajo un árbol. Suena muy bucólico, pero no es tan cómodo cuando llueve o hace mucho calor.

“A partir de ahí aprendimos como un aula cuesta unos 1000 dólares, pero lo que ocurre es fascinante. Un aula nueva aumenta el presentismo en las escuelas. Con un aula una comunidad que antes llegaba al quinto grado, ahora llega al sexto grado, por lo que la comunidad tiene un año más de escuela. De esta forma se puede pedir a las autoridades locales que demanden que el gobierno envíe otro profesor”, nos explica Nicolás.

El resultado: a día de hoy se han construido 69 aulas en 20 escuelas. Cada año un buen número de voluntarios se suma a la construcción, pero la labor y el significado va mucho más allá de levantar un techo… y ahí la belleza de este proyecto.

Movilizando voluntarios / involucrando a la comunidad

COMPROMISO, con mayúsculas es sin duda lo que define a los voluntarios que llegan cada verano a Mozambique. Somos del Mundo supo desde el principio que un voluntariado por el hecho de serlo no necesita cumplir con menos requisitos, al contrario: “si vos estás en Buenos Aires, querés ir a una villa a contribuir y por lo que sea no te encontrás cómodo o no querés estar allí – comenta Nicolás – te tomás un colectivo y te volvés a tu casa. Eso no pasa si te vas a miles de kilómetros de tu lugar de origen”.

No basta con pagar y pasar un mes “ayudando” lejos de casa. Eso es totalmente legítimo, pero no es ‘Somos del Mundo’.  Los requisitos para poder ser uno de estos voluntarios, requieren de una implicación que va mucho más allá de poderse pagar un billete de avión. Así, para formar parte del grupo de voluntarios que aterrizan en Mozambique cada año, hay que:

  • Ser mayor de 21 años
  • Contar con al menos 1 año de experiencia en proyectos de impacto social de tu propia comunidad
  • Comprometerse a 6 meses de preparación intensa (1 vez por semana)
  • Concluir de manera exitosa la entrevista personal con el área de voluntariado

Se trata de un programa con una intención muy definida: por un lado, se busca potenciar agentes de cambio mediante el desarrollo de habilidades y por otro, generar soluciones concretas en comunidades rurales de Mozambique.

Tus vacaciones se conectan con una labor social, con construir aulas, alojarse en casas de familias dentro de la comunidad y generar vínculos y aprendizajes comunes.

La enseñanza…

Comunidad y voluntarios construyendo juntos
El poder de la colaboración donde todos ganan

Preguntado por la enseñanza más profunda que ha recibido durante todos estos años, Nicolás concluye: “Somos todos lo mismo, con diferente color de piel, hablamos diferente idioma pero todos merecemos ser acompañados y ayudados si nos encontramos en una situación de necesidad. Se aprende mucho y de diferentes maneras. La más importante es el aprendizaje compartido. El poder trabajar con otra persona con un objetivo común, porque cuando estás los dos ahí metidos, con los pies en el barro y con el mismo martillo, ahí te miras a los ojos y te das cuenta de que somos todos iguales y lo que pasa es que tuvimos diferente oportunidades”.

Para aquellos que sigan teniendo la voluntad de embarcarse en un proyecto similar lo que nosotros aprendimos de Nicolás es como lo más importante es tener la voluntad y hay que animarse a apostar, porque cuando te animas a apostar vas a encontrar otras voluntades en el camino. “Una voluntad individual es muy difícil que logre cosas, pero una vez que uno sale de este terreno se encuentra enseguida con otras voluntades y es así donde los proyectos suceden. Lo más probable es que surja algo importante, algo lindo, algo que sume”.

Si quieres conocer más sobre Somos del Mundo:

  1. Infórmate de todos los detalles de los programas en: www.somosdelmundo.org
  2. Las postulaciones para el próximo grupo de voluntarios están abiertas. >> Aplica aquí <<

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Categorías: Historias ONG Palabras clave: aulas, comunidad, construcción, educación, Mozambique, Nicolás Cipriota, Somos del Mundo, Un techo para mi país, voluntariado

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